Maestro y Alumno
- Monica Vettorazzi de Ritz

- 6 jun 2019
- 2 Min. de lectura
Es hermoso saber que una vez que has iniciado el viaje de interiorización a través de un nuevo caminar en conciencia, la vida se transforma. Cualquier mínimo cambio que se realice, todo queda magnificado abriéndose nuevas propuestas. Estas propuestas nos invitan a tomar decisiones y actuar.
Mi experiencia fue determinada por la lesión cerebral de mi hija, Vivian. Un evento externo le provocó hipoxia intrauterina a sus seis meses y medio de gestación. Al nacer, todo parecía normal pero no tardó en manifestarse las diferencias de un proyecto de vida diferente y retador.
La vida rápidamente propuso un cambio de reglas pero ese cambio requirió un cambio de conciencia. Era evidente que no podíamos resolver estando en el mismo lugar energético. Así que por 20 años hemos decidido estar en la jugada, observando y escuchando para ajustarnos a lo más constante en la vida, el cambio.
La vida es tan sabia que el desafío no se manifiesta sin el apoyo de un maestro. Una persona que estará ahí para guiarnos y potencializar nuestro camino. En el momento de estar listo para este cambio, los maestros resurgen con las herramientas para catalizar nuestro crecimiento. Seres que poseen la claridad y el ordenamiento para acompañarnos hacia un lugar de mayor optimización.
Si gozamos de la intuición para dejarnos guiar, llegaremos a desarrollar el primer grado de conciencia que se llama: ser alumno. El alumno debe crecer en esa dirección para satisfacer todas sus dudas a través de la guía de su maestro. El maestro asistirá no desde sus necesidades sino desde la búsqueda que el alumno requiera.
Una característica del maestro es ya haber pasado por lo que el alumno está transitando; con la suprema diferencia que el maestro ya logró ese estado de conciencia que el alumno requiere para resolver y sanar. No hay maestría sin deseo, voluntad, y plenitud de luz.
El alumno a su vez, requiere trabajar con disciplina y enfoque. Debe saber que el maestro es su guía pero que la acción es su tarea. Él debe plantearle a su maestro sus necesidades desde la dinámica de que a través del acompañamiento, él mismo decida resolver con mayor claridad lo que le aqueja. El alumno toma lo suyo con responsabilidad y exime al maestro de todo resultado.
Al final de este trabajo, el alumno llega a tal grado de conciencia que ese estado lo convierte en maestro para empezar a desarrollar su propia maestría. La vida en su danza de dar y recibir, determina que ambos estados de conciencia, coexisten en una armonía total proponiendo que ambos papeles se den en paralelo.
Mi padre fue maestro por veinte y tres años y al preguntarle: ¿qué es lo que más le gustaba de dar clases? Y creyendo que iba a enfocarse en alguna materia en especial, él respondió: sentir la energía del estudiante. El amor es la energía que une al maestro y al alumno. ¿Quién no recuerda a aquel maestro que transformó nuestras vidas con su energía?



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